Cohetillos de la pobreza

Mi nombre es Margarita, vivo en San Raymundo, tengo 67 años y 44 de ellos los he dedicado al negocio de los cohetillos. Me levanto a las 3 de la mañana a producirlos y tras una semana de trabajo obtengo como sueldo 150 quetzales.

Mi labor es usada en los cumpleaños de tus hijos, en la celebración del Día de la Madre, en las graduaciones, en las festividades de tu comunidad y resuenan en esta época por motivo de las celebraciones navideñas.

No obstante, yo vivo entre carencias, para llegar a mi casa se necesita viajar por una estrecha calle de terracería, en ella no hay drenajes, por lo que estamos obligados a ir a los bosques a hacer nuestras necesidades, usamos leña para cocinar, y el tener cable o internet es solo una ilusión.

Asimismo, mi residencia cuenta con techo de lámina, es de block y tiene un revestimiento de cemento como piso, sin embargo, mi esposo y yo trabajamos en el patio, un espacio marcado por el polvo, el cual se ha extendido por la fachada de nuestro hogar.

Ahí, con dos mesas y rodeada de patos y gallinas trabajamos empapelando los cohetes y sellándolos con yuquilla. Soy hábil haciendo este oficio, sin embargo en un mes podría obtener 600 quetzales, alrededor de una sexta parte de lo que cuesta la canasta básica en nuestro país.

No tenemos otra fuente de ingresos, y debo guardar mi nombre para no perder mi trabajo, quisiera dedicarme a otros ámbitos, pero ¿qué puedo hacer si no hay otra cosa en la cual trabajar? La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi 2014) señala que pertenezco al 59% de guatemaltecos que viven en pobreza.

Tuve siete hijos, quienes se dedican a labrar la tierra, a “choferíar” o son jefas de casa, pero también aprendieron el oficio de la pólvora. Mis pies, manchados por la tierra del lugar se entremezclan con lo gris de mis manos, colores que acentúan las arrugas de mi piel, el cansancio de los años.

El viento corre y me hace recordar el deseo de tener tierras para poder trabajarlas y dejar de hacer cohetillos. Dicho bien, junto a los fertilizantes, fueron una de las promesas del presidente Jimmy Morales hace 3 años, sin embargo, hasta la fecha no se ha materializado.

El dinero nos alcanza para comprar en ocasiones 25 palitos que nos sirven para encender el fuego y cocinar el maíz y frijol, debemos pagar 10 quetzales por ellos, pero es insuficiente, por lo que debemos caminar para encontrar materiales que puedan cocer nuestros alimentos.

Cuando siento que ya no aguanto, vendo mis pollos, con los que obtengo cerca de 50 a 60 quetzales. Me comentan que el negocio está mal, pero mantengo la esperanza de que para las fiestas de fin de año el trabajo aumente y podamos obtener más ganancias.

Mis hijos dicen que ya no continúe trabajando en esto, que nunca dejaré el trabajo de la pólvora, pero yo continuaré haciéndolo, más porque mi esposo ya está grande y no le dan trabajo. Mi vida ha trascendido entre la alegría de los compradores de cohetillos, en el peligro de manipular pólvora, pero aún más, en la necesidad de sobrevivir.

Nueve de cada diez familias se dedican directa o indirectamente en la elaboración o comercialización de cohetillos en el Cerro las Granadillas, San Raymundo.

Por: Cristian Velix y Rubén David Lacan

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