Por Wangner Díaz Choscó
Recientemente he leído varios libros que me han inmerso largos minutos entre las líneas negras del texto de las páginas de los libros; y en esa lectura lineal que consume tiempo y tiempo, y minutos y más minutos, me he encontrado en un mundo textual fuera de mi historia, de mi tiempo, y por qué no decirlo, de mi existencia inmediata (esa cotidianidad tangible). Es la naturaleza y desasosiego del texto descontexto. Está fuera de su historia, la cual desconozco. Por lo tanto, para mí, no tiene sentido, significado o tema alguno.
Anoto un ejemplo:
“La literatura verosímil./”Leer a menudo equivale a ser embaucado.” Nuevas Impresiones de Africa.
Habiendo tomado literalmente el precepto platónico (“expulsar los poetas de la República”), nuestra civilización y su ciencia se ciegan ante una productividad: la escritura, para sólo captar un efecto: la obra. Producen así una noción y su objeto que, arrancados del trabajo productor, intervienen a título de objeto de consumo en un circuito de intercambio (realidad-autor-obra-público). Se trata de la noción y del objeto “literatura”: trabajo translingüístico que nuestra cultura no alcanza sino en la post-producción (en el consumo); productividad ocultada, que es reemplazada por la representación de una pantalla que duplica lo “auténtico”
Finalizo esta cita de un texto publicado en 1968, escrito en un contexto europeo. Tiempo y lugar idos ya, lejos de mi cotidianidad. Fallo en comprender. El denotatum, según Peirce, no existe en mi conciencia. La significación, por ende, es pobremente alcanzada y la comunicación paupérrima. Un texto descontexto me priva de sentido, de significado o tema alguno. ¿Otro ejemplo? Léase La Náusea de Jean Paul Sartre, y me cuentan.