La sociedad guatemalteca se desestabiliza aún más, pero no se establece esa preposición como algo nuevo, que resulta en la secuela del desarrollo humano natural; desde que este pasó de ser nómada a sedentario y adoptó la necesidad de obtener poder y establecerse en jerarquías que imponen control y dominio del grupo que logró tener ese poder por sobre los demás.
Surge, además, lo que el sociólogo Zygmunt Bauman afirma en su libro “En busca de la política”, respecto a la voluntad del ser social para querer cambiar sus condiciones, quien vive entre la disyuntiva sobre el querer hacerlo, pero no actuar. Principalmente, ahora que es época electoral, tras muchos años de mandatos corruptos, con actores políticos que resultan títeres de los grupos dominantes. Llegamos al proceso electoral número 51 y corresponde ejercer nuestro derecho a voto y, reavivar la esperanza de mejora, la cual nunca muere a pesar del pésimo panorama.
Estamos tan sometidos que ni siquiera caemos en la cuenta (conscientemente) que nuestras creencias e ideologías son producto de lo que los medios de comunicación y los poderes han impregnado en nosotros, el resultado de las convenciones con las que se concretó la comunicación y el lenguaje; así como las instituciones que rigen un orden. El hombre crea según lo que descubre sobre sí mismo en su propia visión de la realidad, y a partir de esto es que se constituye la construcción de mensajes, de discursos que propagan y crean un patrón al que llamamos “cultura”.
Como resultado, se llega a este desconcierto actual, a esa tentativa de voto que proponen las próximas elecciones porque es lo que ya se conoce: 26 partidos políticos como opción, los mismos personajes de siempre repartidos, con un discurso político básico y una contienda estratégica conocida, más los antecedentes conocidos por muchas más personas como producto de la globalización extrema que provee el Internet.
Gracias a estos factores, la población se mantiene en un prolongado estado pasivo, desorientado y desinteresado, dado que la información es efímera y repite los mismos patrones de siempre; a su vez, esto también contribuye a que la atención recaiga rápidamente al contenido polémico nada más y no en la idea de analizar las opciones y, proponer porque las masas están aburridas y ven el panorama monótono.
Vivimos en un ciclo que, si bien es manipulador, no queda otra opción más que seguir los parámetros, pero reconocer que las campañas son elaboradas totalmente y los candidatos reconocen en el fondo que jamás podrán salvar al país ni cumplir con las necesidades de un país tan divido y con una economía cooptada, en donde los índices de pobreza, desnutrición y violencia son altísimos, además de normalizarlo; envueltos en un mito de la “normalidad”.
¿Qué hacer? ¿Por quién votaré? Es lo que nos preguntamos, pero no vemos una respuesta concreta, puesto que ya se probó la última vez con lo que parecía “alguien nuevo” y durante años por lo de siempre. Las estadísticas y los medios han mostrado una “preferencia” por un mandato femenino con el ingrediente del viejo discurso y experiencia; pero representa siempre una tendencia, un estereotipo, producto de la percepción que a lo largo de nuestra vida la preservación del poder nos ha dicho que debemos creer y pensar. Tal como lo describe Bauman: “La comprensión de qué es lo que hace que las cosas sean como son podría tanto impulsarnos a abandonar la lucha como alentarnos a entrar en acción”, entonces, ¿qué vamos a decidir?